Odio ser el centro de atención

Armándome de valor, entré en la clase. Me dirigí hacia el final del todo, pues no quería llamar mucho la atención.

Al principio pensé. –Bien, nadie se da cuenta de que existo.- Pero después tuve que retirar ese pensamiento.

-Que miras.

Murmuré. Lo dije lo suficiente bajo como para que nadie lo escuchara. En la mesa de alado de donde me iba a sentar había un chico moreno de ojos castaños y sonrisa de anuncios. ¿Qué como lo sé? Porqué no dejaba de mirarme y además me sonreía.

Me senté intentando no hacer demasiado ruido.

Cosa que era imposible, pues había un alboroto impresionante en la clase.

Dejé la mochila a mi lado y saqué un folio para entretenerme por el momento. Estuve dibujando durante unos cinco minutos, hasta que un hombre mayor, de unos cincuenta años entró en la clase. Supuse que era el profesor.

-Buenos días chicos.-Hizo una pausa mientras miraba a todos los alumnos.- Y chicas.

La mayoría de las chicas le sonrieron.

-Pelotas. - Pensé.

-Soy Andrés, vuestro nuevo profesor. Bueno, pues quiero que sepáis, que conmigo, pasareis más tiempo en la sala de actuaciones que en la clase, pues yo soy más de los que piensa que se aprende mas practicando que con libros. Se necesita práctica para interpretar como es debido.

Tras terminar de dar ese “discurso” hubo mucha gente que se puso a murmurar con sus compañeros.

Andrés se pasó las tres horas antes del descanso explicándonos que haríamos en su curso y demás. Se podría decir que las clases estuvieron bien, que no hicimos gran cosa, pero no era así. El chico de mi lado se pasó las tres horas mirándome cada dos por tres. Yo, de vez en cuando le fulminaba con la mirada, para ver si entendía que quería que me dejara de mirar, pero nada. No hubo suerte. Los demás alumnos cada cierto tiempo se giraban a mirarme. Yo no entendía. ¿Qué diablos les pasaba? Odio ser el centro de atención…

-Bueno, esto es todo por hoy. Al ser el primer día os dejo marcharos dos horas antes.

La mayoría de los presentes aplaudieron. ¿Para qué aplaudían? Que estupidez…

El profesor salió de la clase despidiéndose con la mano y todos nos levantemos de nuestros asientos para recoger y marcharnos.

Habían sido tres horas, pero para mí, una eternidad. Con todos esos ojos posados en mí… Moví la cabeza para ambos lados para sacar esa idea de mi mente. Guardé el folio y después de cerrar la cremallera de la mochila y colgármela en la espalda, salí “corriendo” de allí. No soportaba más estar ahí dentro, con todas esas parejas felices y el chico que no dejaba de mirarme.

Me dirigí hacia el parking y dejé la mochila en el suelo un momento para poder sacar las llaves de la moto. Tras poner la llave en el contacto me puse el casco. Iba a marcharme pero algo izo que me detuviera.

-Espera.

Paré el motor y me quité el casco para ver quién era.

El chico que no me quitaba la vista de encima. Suspiré.

-¿Qué pasa?

Pregunté algo impaciente por irme de aquel lugar.

-Yo…

-Tu…

Dije algo impaciente. Vale, a veces era muy borde con la gente… Pero quería irme ¡ya!

-Me llamo Jorge.

¿Para eso me había apagado el motor? ¿Para qué me dijera su nombre?

Respiré hondo para no ponerme nerviosa. No debía ponerme nerviosa…

-Yo Leah.

Le dije intentando ser lo más simpática posible.

-Bonito nombre. –Me dijo sonriendo.- ¿No eres de Port Ángeles verdad?

¿Y a ti que te importa? Grité en mis adentros.

-No, soy de la Push.

Logré responder tranquilamente.

-No he estado nunca. Pero me han dicho que sus playas son preciosas.

Dijo tímidamente mirando al suelo.

-Sí, son espectaculares.

-Crees que… ¿Podrías enseñármelas algún día?

Me dijo ruborizándose.

¿Qué? ¿Quería quedar conmigo? Menuda sorpresa. Normalmente los chicos se alejaban de mí por esta actitud que tengo…

-¿Quieres quedar conmigo? Pero si no nos conocemos.

Dije secamente. El chico alzó la cabeza y me miró a los ojos.

-No seas tan borde. Solo intento ser tu amigo. Cuando te miro a los ojos, puedo ver todo lo que has llegado a sufrir, aunque no te conozca. Y creo que si confiaras un poco en mi, podrías superar tu pasado.

Me quedé helada. ¿Qué sabia este chico de mí? Y… ¿Cómo podía saber lo mal que lo había llegado a pasar?